viernes, 5 de abril de 2013

El final de la República.

El final de la Républica Romana comienza a fraguarse al entrar en la República Romana Tardía.

La llamada República romana tardía fue una nueva etapa en la que entro dicho Estado a partir de finales del siglo II a. C. (VII ab urbe condita), en su nueva posición de hegemonía mundial, tras haber destruido o debilitado a todas las grandes naciones que pudieran haber representado una amenaza para su propia supervivencia.
Todas las grandes potencias del Mediterráneo fueron doblegadas por Roma en un corto período. La República Cartaginesa fue destruída en las Guerras Púnicas (146 a. C.), así como el Reino de Macedonia en las Guerras Macedónicas, el Imperio seléucida la gran potencia del este fue reemplazada a potencia de segundo orden en la Guerra Siria y el sometimiento de Grecia al poder romano dejó a Roma como dueña del Mediterráneo. Roma durante los sucesivos siglos no volvió a tener un enemigo organizado capaz de poner en peligro su propia existencia, solo algunos reinos como el Ponto, Numidia o Armenia crearon molestias regionales rápidamente subsanadas.
En esta nueva era, el mayor problema de la República fueron los propios enemigos internos, surgidos con los nuevos conflictos ideológicos y propiciados por el enorme éxito romano, estos saturaron las antiguas leyes e instituciones republicanas en una gran crisis del modelo de Estado que fragmentó la sociedad romana. La República se vio sacudida por nuevas reivindicaciones sociales por parte de los propios pueblos italianos aliados de Roma, quienes no poseían la ciudadanía romana y soportaban el peso de las campañas militares, sin tener opción de acceder a las nuevas oportunidades que ofrecían las nuevas conquistas territoriales.
Paralelamente, la aristocracia y la clase política concretamente, se beneficiaron enormemente de las nuevas conquistas del mundo mediterráneo. Los tributos impuestos a Cartago, Macedonia y Siria, el botín arrancado a las provincias y las ganancias derivadas del comercio efectuado, aumentaron su poder y riqueza. Este nuevo poder dotó de mayores recursos a los propios políticos para llevar a cabo sus propias aspiraciones personales, aspiraciones que en muchos casos se hacían a expensas del bienestar del estado. En esta nueva era, las grandes fortunas permitieron ostentar clientelas enormes con las que se ejercía influencia y compra de votos, con el único propósito de servir al aumento del poder personal a expensas de la legalidad, enfermedad que sin duda alguna fue el mayor problema de la República y la causa final de su destrucción.

 El cambio político y social

Las numerosas campañas en el extranjero de los generales romanos y la recompensa a los soldados con los saqueos de estas campañas provocó una tendencia general a que los soldados se hicieran más leales a sus generales que al estado, y una voluntad de seguir a sus generales hacia una batalla contra el estado.1 Además, Roma fue acosada por varios levantamientos de esclavos durante este periodo, en parte porque durante el siglo anterior se habían entregado muchas tierras para la agricultura en las que los esclavos superaban ampliamente en número a sus amos romanos. En el último siglo anterior a la era común tuvieron lugar al menos doce rebeliones. Este patrón no cambió hasta que Octavio (más tarde César Augusto) terminó con él al convertirse en un serio oponente a la autoridad del Senado y ser nombrado princeps («emperador»). Entre 135 a. C. y 71 a. C. tuvieron lugar tres «Guerras Serviles»: levantamientos de esclavos contra el estado romano. La tercera, la más seria,2 involucró al final a entre 120.0003 y 150.0004 esclavos sublevados. Además, en 91 a. C., estalló la Guerra Social entre Roma y sus anteriores aliados en Italia,5 6 conocidos colectivamente como los socii, por la oposición entre los aliados a compartir los riesgos de las campañas militares romanas pero no sus recompensas.7 8 A pesar de sufrir derrotas como la de la Batalla del Lago Fucino, las tropas romanas vencieron a las milicias italianas en varios enfrentamientos decisivos, especialmente la Batalla de Asculum. Aunque perdieron militarmente, los socii lograron sus objetivos con las proclamaciones de la Lex Julia y la Lex Plautia Papiria, que concedía la ciudadanía a más de 500.000 italianos.7 Las nuevas reformas populares incendiaron la ira de muchos senadores conservadores que apostaban por preservar la pureza romana y el poder del senado.

 Período de los Gracos

Este período se caracterizó por el gran número de seguidores  que tenían los Gracos, Tiberio Sempronio Graco y Cayo Sempronio Graco.

Tiberio Sempronio Graco

Hacia finales del siglo II a. C., el descontento de los plebeyos hacia sus opresores los partricios aumentaba. En el año 135 a. C., fue elegido tribuno de la plebe, es decir, representante de los plebeyos con el poder del veto, un tal Tiberio Sempronio Graco.
Desde este cargo quiso solucionar el problema agrario y mejorar la desastrosa situación del campesinado itálico, implantando una serie de leyes que no fueron muy bien recibidas por la mayoría del Senado.
Propuso una lex agraria que permitiera el reparto de tierra procedente del ager publicus entre los ciudadanos más pobres; la experiencia de Tiberio en Hispania así como -según reveló su hermano Cayo- la situación del campo en Etruria, donde la esclavitud estaba muy difundida, fueron las causas principales que explican sus revolucionarios proyectos.
Para llevarlos a la práctica contaba con el apoyo de una factio senatorial en la que figuraba, entre otros, Apio Claudio Pulcro (cónsul en 143 a. C.), Publio Mucio Escévola y Publio Licinio Craso Muciano (cuya hija estaba casada con su hermano Cayo). Este círculo era contrario al que encabezaba Escipión Emiliano (al que también unían vínculos familiares, pues Escipión estaba casado con Sempronia, hermana de Tiberio y de Cayo). En su intento de sacar adelante su proyecto de ley agraria, trató de revitalizar una ley más antigua por la que quedaba limitado a 500 iugera (125 Ha.) el máximo de tierra estatal por possesor (más otras 250 suplementarias por cada hijo); de esta forma se establecía que la tierra restante debía ser devuelta para proceder a su reparto en lotes de 30 iugera (7'5 Ha.) como máximo, en las que debían asentarse cíudadanos sin tierras -en calidad de colonos a perpetuidad- mediante el pago de una simbólica contribución.
Eran propuestas razonables y coherentes con las leyes Licinias aprobadas dos siglos antes, pero Tiberio cometió el error de conducir el proyecto desde una postura de demagogia y radicalidad, una actuación populista y callejera que contrastaba con su posición social y su refinado estilo de vida.
El proyecto preveía que la puesta en marcha de la operación corriera a cargo de una comisión de tres miembros (Illviri agris dandis adsignandis iudicandis) elegida anualmente, despertando la violenta oposición de la aristocracia senatorial, que se valió del tribuno de la plebe (y pariente de Graco) Marco Octavio para vetarlo (intercessio). Sin embargo, Octavio fue, a instancias de Tiberio, depuesto de su magistratura en una votación de los comicios, hecho sin precedentes y contrario al mos maiorum que fue interpretado por muchos senadores (incluso por algunos partidarios de la reforma) como un acto revolucionario y anticonstitucional. Con Minucia, fiel a los proyectos de Tiberio, como sustituto de Octavio, la asamblea popular no tuvo dificultades para la aprobación, por unanimidad, del proyecto de ley, eligiéndose a los tres miembros de la comisión (Tiberio, su hermano Cayo y su suegro Apio Claudio). La comisión contó con poder ejecutivo, y cuando Átalo III de Pérgamo legó su reino al pueblo romano, también con los recursos financieros necesarios, lo que agudizó más el nerviosismo de la oposición senatorial, encabezada por Escipión Nasica. En el verano del 133 se convocaron los comicios que debían decidir la reelección de Tiberio como tribuno de la plebe, lo cual, sin estar prohibido, atentaba contra la costumbre establecida; de hecho, para tratar de lograr sus reformas, tuvo que adoptar medidas dudosamente constitucionales, argumento que utilizaron sus detractores para minar su apoyo entre los senadores.
Tiberio Graco murió asesinado a golpes el día que se presentaba a un nuevo mandato, cuando un grupo de exaltados senadores y hombres armados, encabezados por Escipión Nasica, masacró entre 200 y 300 seguidores de los Graco con mazas y estacas, en el espacio abierto del templo capitolino. Tiberio murió de un mazazo en la nuca. Su cuerpo fue arrojado al Tíber, negándosele toda sepultura, mientras Nasica era destinado, prudentemente, a una misión en Asia, y Escipión Emiliano justificaba en cierta medida su asesinato. Sus esfuerzos por una reforma agraria fueron continuados por su hermano Cayo, el cual fue también asesinado por los mismos motivos.

Cayo Sempronio Graco

Cayo Sempronio Graco era hermano menor de Tiberio Sempronio Graco. En el año 123 fue elegido, al igual que su hermano, tribuno de la plebe. Cayo llevó adelante y con buena mano la aplicación de las leyes que su hermano había propuesto. Volvió a lanzar la reforma agraria e hizo en ella algunas variaciones. Éstas son las reformas que llegó a hacer y que fueron aprobadas:
  • Las restituciones del ager publicus se dejaron de lado y en su lugar se verificó un nuevo reparto de tierras con la fundación al mismo tiempo de colonias en Italia y en Cartago. Esto fue una novedad difícil de entender y de aceptar para la clase senatorial puesto que nunca antes Roma había fundado colonias fuera del territorio itálico. La colonia de Cartago se creó con la ley Rubria que fue abolida en el 121 a. C., creando así una situación difícil y confusa para los colonos. Años después Julio César reemprendería la colonización.
  • Prometió a los soldados que estarían equipados a expensas del Estado (antes se tenían que pagar ellos mismos sus pertrechos e incluso aportar las armas). Aprobó leyes para mejorar el servicio militar y para construir nuevas carreteras que favorecieran la marcha de los soldados en campaña.
  • Puso en marcha una nueva ley, la Ley Annona (Annona era la diosa de la recolección). Fue una novedad en Roma aunque era muy conocido este sistema entre los griegos. Esta ley fijaba un precio para el trigo, estableciendo una cantidad de trigo por mes (43,5 litros) y con un importe reducido para los ciudadanos romanos más pobres. La ley fue una medida muy acertada. Años más tarde el general Cayo Mario la llevaría a cabo con gran éxito lo mismo que el propio Julio César.
  • Abolió la ley Calpurnia del 149 a. C. con lo que rompió el monopolio del Senado en los asuntos de los tribunales e introdujo al mismo tiempo la paridad de éstos con los caballeros.
Cayo Sempronio Graco cometió el gran error de pretender el tercer mandato consecutivo como tribuno de la plebe. Esta pretensión fue lo que colmó la paciencia del Senado que se puso en su contra. El Senado actuó con la estrategia de aconsejar al otro tribuno de la plebe Livio Druso que se opusiera, otorgando además su apoyo mediante un senadoconsulto último (es decir "en caso de gran peligro, el Senado daba plenos poderes a los cónsules"). Se desencadenaron las revueltas y hubo una gran matanza. Murieron más de 3.000 partidarios de Cayo Graco y él mismo se suicidó (o mandó a uno de sus esclavos que le diera muerte) en el bosque Furrina, en las laderas del monte Janículo de Roma.
El programa de nuevas leyes de los hermanos Graco era en sí mismo bueno para Roma y para su evolución en la historia. Fracasó porque fue muy difícil aglutinar a las clases sociales y a sus inclinaciones tan dispares. La plebe urbana tenía sus intereses que eran muy distintos de los de la plebe rural y se contraponían en varios puntos. Ambas eran a su vez enemigas de los caballeros a quienes consideraban más cerca de la oligarquía senatorial que de ellas.

La crisis del siglo I a.C.

La muerte violenta de los Gracos dio comienzo al siglo I a.C., el más terrible y convulso de la Historia de Roma. Durante ese siglo, Roma se desangró en interminables Guerras Civiles, cuya causa era precisamente su poder y sus inmensos dominios.
En efecto, las instituciones Republicanas, que habían servido para gobernar la ciudad durante 500 años y la habían conducido a la conquista del Mediterráneo, eran insuficientes para administrar sus posesiones.
Los romanos habían dispuesto sus leyes para evitar que un solo hombre ostentara el poder absoluto, pero los generales romanos se habían vuelto demasiado poderosos. Apoyados en sus legiones y en los recursos de las provincias que gobernaban, pugnaban entre sí para hacerse con el poder en solitario. Primero Mario y Sila, después Julio César y Pompeyo, sumieron el Mediterráneo en un baño de sangre.

Primera Guerra Civil

Tras la toma de Roma por Lucio Cornelio Sila, y el golpe de estado de Cayo Mario y Lucio Cornelio Cinna, la guerra civil era inminente. Mario murió en 86 a. C. de causas naturales, mientras que, ante el inminente retorno de Sila, se desató un motín entre las tropas populares y asesinaron a Cinna. El Senado intentó negociar con Sila, pero este se negó, por lo que el hijo de Mario, Mario Minor, reclutó un ejército de populares. Sila y los optimates desembarcaron en Brindisi en 83 a. C. y venció a las fuerzas locales de Cayo Norbano Balbo en la batalla de Tifata. Luego, comenzó su marcha hacia Roma, venciendo a Mario Minor en la batalla de Sacriporto, y a la última resistencia popular, junto a los muros de la propia Roma, en la batalla de la Puerta Collina.
Al entrar en Roma, Sila capturó a 12.000 populares, que fueron recluidos en el Campo Marcio. 3.000 de ellos fueron ejecutados el 2 de noviembre, a pesar de que imploraron en vano piedad. Sus terribles gritos y lamentos llegaron a los oídos de toda la aterrorizada ciudad, y del Senado reunido. Sila se sonrió ante los gestos de terror de los senadores.46
Pero fuera de la Urbe los silanos tuvieron que someter aún, en los siguientes meses, algunas ciudades de Italia como Praeneste (donde el hijo de Mario se había refugiado) o Volterra (en Etruria, que se defendió con éxito hasta el 79). Tras la toma de la primera, 5.000 prenestinos, a quienes Publio Cetego había dado esperanzas de salvación, fueron llevados fuera de los muros de su ciudad, y aunque habían arrojado las armas y se habían postrado a los pies de Sila, éste ordenó inmediatamente que fuesen ejecutados y sus cadáveres esparcidos por los campos.

Guerra de las Galias

Así, tras el fin de su consulado, César recibió poderes proconsulares y el gobierno de la Galia Cisalpina y de Iliria, provincias poco pobladas y pobres. En su primer año de mandato tuvo que hacer frente a una enorme invasión de helvecios y a varias invasiones de germanos que pretendían ocupar Italia. En una rápida campaña exterminó a los helvecios y derrotó a los germanos.
César estimó que organizar la provincia y prepararse para la defensa era insuficiente, y con la intención o excusa de terminar con las invasiones del norte, inició la conquista de las Galias. César logró innumerables victorias, con las que toda Roma se maravillaba. Dos veces cruzaron las legiones romanas el Rin para castigar a los germanos por sus incursiones y otras dos veces cruzaron el Canal de la Mancha, haciendo incursiones en Britania. Estos logros maravillaron a la plebe, y Roma se vio inundada de tesoros y esclavos capturados en los saqueos y las guerras del norte. Como contribución a la literatura universal, César redactó un registro de sus campañas en la Galia, los célebres Comentarios de las Guerras de las Galias, instrumento también de propaganda política para dar a conocer al pueblo sus conquistas en esas tierras.

 

Segunda Guerra Civil

Artículo principal: Segunda Guerra Civil de la República de Roma.
El 7 de enero, el Senado proclamó el estado de emergencia y concedió a Pompeyo poderes excepcionales, trasladando inmediatamente sus tropas a Roma. El 10 de enero de 49 a. C., César recibió la noticia de la concesión de los poderes excepcionales a Pompeyo, e inmediatamente ordenó que un pequeño contingente de tropas cruzara la frontera hacia el sur y tomara la ciudad más cercana. Al anochecer, junto con la Legio XIII Gemina, César avanzó hasta el Rubicón, la frontera natural entre la provincia de la Galia Cisalpina e Italia y, tras un momento de duda, dio a sus legionarios la orden de avanzar. La guerra había comenzado.
Inicialmente, Pompeyo le aseguró a Roma y al Senado que podría derrotar a César en batalla si este marchaba sobre Roma.81 82 Sin embargo, en la primavera de 49 a. C., cuando César cruzó el río Rubicón con sus fuerzas invasoras y barrió la península italiana hacia Roma, Pompeyo ordenó la evacuación de Roma. El ejército de César no estaba en su máximo esplendor, pues ciertas unidades permanecían en Galia,81 pero por otro lado Pompeyo sólo tenía una pequeña fuerza bajo su mando, en la que algunos soldados de lealtad dudosa habían servido al mando de César.82 Tom Holland atribuye el deseo de Pompeyo de abandonar Roma a las olas de refugiados aterrados que despertaron los miedos ancestrales de las invasiones del norte.83 Las fuerzas de Pompeyo se retiraron al sur, hacia Brindisi,84 y luego embarcaron hacia Grecia. César dirigió su atención primero al baluarte de Pompeyo en España pero tras la campaña de César en el Sitio de Massilia y la Batalla de Ilerda, decidió enfrentarse al propio Pompeyo en Grecia.87 88 Pompeyo venció a César en un principio en la Batalla de Dirraquio en 48 a. C.89 pero fue derrotado contundentemente en la Batalla de Farsalia en 48 a. C. a pesar de superar a las fuerzas de César en dos a uno.92 Pompeyo embarcó de nuevo, esta vez a Egipto, donde fue asesinado en un intento de congraciar al país con César y evitar una guerra con Roma.
La muerte de Pompeyo no supuso el fin de las guerras civiles, ya que los enemigos de César eran multitud y los partidarios de Pompeyo siguieron luchando tras su muerte. En 46 a. C., César perdió quizás un tercio de su ejército cuando su anterior comandante, Tito Labieno, que había huido con los pompeyanos varios años antes, le venció en la Batalla de Ruspina. Sin embargo, tras estas horas bajas, César regresó para vencer al ejército pompeyano de Metelo Escipión en la Batalla de Tapso, tras la cual los pompeyanos se retiraron de nuevo a España. César venció a las fuerzas combinadas de Tuto Labieno y Cneo Pompeyo el Joven en la Batalla de Munda, en España. Labieno murió en batalla y Pompeyo el Joven fue capturado y ejecutado.
A pesar de sus éxitos militares, o quizás a consecuencia de ellos, se extendió el miedo a que César, que ahora era la figura principal del estado romano, se convirtiera en un gobernante autocrático y terminara con la República Romana. Este miedo llevó a un grupo de senadores que se hacían llamar Los Liberadores a asesinarle en 44 a. C.


Tercera Guerra Civil

Tras esto hubo una guerra civil entre los leales a César y los que apoyaron las acciones de los Liberadores. El partidario de César, Marco Antonio, reprendió a los asesinos y estalló la guerra entre las dos facciones. Antonio fue denunciado como enemigo del pueblo y se le confió a Octavio el mando para hacerle la guerra. En la Batalla de Forum Gallorum, Antonio, sitiando al asesino de César, Marco Junio Bruto, en Módena, venció a las fuerzas del cónsul Pansa, que fue asesinado, pero inmediatamente después Antonio fue derrotado por el ejército de otro cónsul, Ircio. En la Batalla de Módena, Antonio fue derrotado de nuevo en batalla por Ircio, que murió en ella. Aunque Antonio no consiguió capturar Módena, Décimo Bruto fue asesinado poco después.
Octavio traicionó a su partido y entró en relaciones con los cesáreos Antonio y Lépido, y el 29 de noviembre de 43 a. C. se formó el Segundo Triunvirato, esta vez como figura oficial. En 42 a. C., los triunviros Marco Antonio y Octavio lucharon la poco concluyente Batalla de Filipos contra los asesinos de César Marco Bruto y Casio. Aunque Bruto venció a Octavio, Antonio venció a Casio, que se suicidó. Bruto también se suicidó poco después.

Cuarta Guerra Civil

Sin embargo, estalló de nuevo la guerra civil cuando el Segundo Triunvirato de Octavio, Lépido y Marco Antonio fracasó igual que el primero en cuanto hubieron desaparecido sus oponentes. El ambicioso Octavio construyó una base de poder y luego lanzó una campaña contra Marco Antonio.Junto a Lucio Antonio, el hermano de Marco Antonio, Fulvia levantó un ejército en Italia para luchar contra Octavio, pero fue derrotado por Octavio en la Batalla de Perugia. Su muerte produjo una reconciliación parcial entre Octavio y Antonio, que prosiguió para aplastar al ejército de Sexto Pompeyo, el último foco de oposición al segundo triunvirato, en la naval Batalla de Nauloco.
Al igual que antes, una vez que fue aplastada la oposición al triunvirato, este empezó a resquebrajarse. El triunvirato expiró el último día de 33 a. C., no fue renovado por ley y en 31 a. C. volvió a estallar la guerra. En la Batalla de Actium, Octavio venció decisivamente a Antonio y Cleopatra en un combate naval cerca de Grecia, utilizando el fuego para destruir la flota enemiga.
A continuación Octavio se convirtió en Emperador de Roma bajo el nombre de Augusto y, en ausencia de asesinos políticos o usurpadores, consiguió expandir en gran medida las fronteras del Imperio.



La muerte de la República

Con la victoria de Octavio sobre Marco Antonio, la República se anexionó de facto las ricas tierras de Egipto, aunque la nueva posesión no fue incluida dentro del sistema regular de gobierno de las provincias, ya que fue convertida en una propiedad personal del emperador, y como tal, legable a sus sucesores. A su regreso a Roma el poder de Octavio es enorme, tanto como lo es la influencia sobre sus legiones.
En el año 27 a. C. se estableció una ficción de normalidad política en Roma, otorgándosele a Augusto, por parte del Senado, el título de Imperator Caesar Augustus (emperador César Augusto). El título de emperador, que significa «vencedor en la batalla» le convertía en comandante de todos los ejércitos. Aseguró su poder manteniendo un frágil equilibrio entre la apariencia republicana y la realidad de una monarquía dinástica con aspecto constitucional (Principado), en cuanto compartía sus funciones con el Senado, pero de hecho el poder del princeps era completo. Por ello, formalmente nunca aceptó el poder absoluto aunque de hecho lo ejerció, asegurando su poder con varios puestos importantes de la república y manteniendo el comando sobre varias legiones. Tras su muerte Octaviano fue consagrado como hijo del Divus (divino) Julio César, lo cual le convertiría, a su muerte, en dios.






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